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El Cerezo : Homenaje a Rulfo y a su Luvina en Do mayor

El Cerezo : Homenaje a Rulfo y a su Luvina en Do mayor Decían de la gente de allí arriba que éramos ambiguos. Oscuros como sombras de las penas, o ruidosos y claros como el arroyo de la vega del valle. Aunque siendo sincero, querido amigo, éramos tan particulares que nunca he visto igual en ninguno de mis viajes. Siéntese conmigo y dígale al muchacho que nos traiga dos vasos del vino de la casa. Tiene trabajo allí? Hace mucho tiempo que nadie recorre ese camino, las zarzas y las malas hierbas se lo habrán comido. Mi abuelo me contó, y le estoy hablando de hace muchos años amigo, que aquel camino parecía en las mañanas de agosto una ría de personas, que El Cerezo era punto de encuentro para unos y otros. Los de un lado y los de otro cambiaban sus ovejas por cereales, y cereales por vasijas que regalaban en días de la virgen a las matronas y a las pastoras. Y usted me dice que lo manda el ayuntamiento de?. Pues mire usted que me parece extraño que a estas alturas alguien se interese por El Cerezo. Nadie se interesó cuando la gente se empezó a marchar. Sí, es cierto que yo me marché, pero no fui de los primeros, aguanté hasta que la Bernarda me obligó, y qué disgusto caballero, pues mis muertos allí están y ¿quién limpia ahora sus tumbas? Pero bueno, tomemos otro vaso. ¿Y usted entonces es maestro? Yo no se leer, firmo así con una cruz como me enseño la Bernarda, ella sí que sabía escribir, y aprendió de un libro que le dió el señor cura, como le cuento, y aprendió por las noches, y yo me la llevé, sí señor. Si sigue el camino justo a la entrada del pueblo encontrará usted una gran cruz de piedra que lleva ahí dicen algunos, desde que se construyó el pueblo. Todavía recuerdo yo de niño jugar a correr de la cruz al gran cerezo. Y qué cerezo señor mío, inmenso, majestuoso, centenario. Decían las viejas que el día que el cerezo se secase se apagaría la historia del pueblo, y así fue. Aún me tiemblan las zancas, mire usted, cuando las recuerdo a todas vestidas de negro bajo el cerezo, cuchicheando y mirando cómo miraban, con esa mirada cargada de años y aún sigo pensando llena de brujería. Y se preguntará ¿qué fue lo que pasó? Pues sencillo, la gente dejó de venir para vender sus vacas, preferían ir a la capital, unos a la de arriba y los otros a la de abajo. Las montañas se hicieron de golpe más pesadas y se instaló una bruma que aún hoy sigue ahí arriba. Como lo oye amigo, y fue esa bruma la culpable. Primero fueron los animales los que dejaron de comer, perdieron el apetito y poco a poco murieron, morían en los campos, en los corrales, incluso en las calles. No era una muerte dolorosa, aún recuerdo caballero, cómo el perro de mi padre se quedó dormido bajo los faldones y a los tres días descubrimos que estaba muerto. Luego fue el cerezo y aquellos que solían volver, no volvieron. Los hijos se iban en las madrugadas hacia el norte y en los atardeceres hacia el Sur. En ocasiones se llevaban con ellos a alguna de las muchachas, otras veces las muchachas se quedaban bajo el cerezo esperando que volviesen a rescatarlas, pero ya le he dicho: nadie volvía al Cerezo. Si al final decide subir todavía las encontrará, pero seguro que se han convertido en arrugados sacos de huesos con esa mirada que tanto miedo me daba, tan secas como el cerezo que las hace sombra. Estoy hablando demasiado y creo que estoy un poco borracho. Muchacho llena el último vaso. Déjeme que le invite caballero, y no me haga caso, son sólo historias de un viejo solitario. Si mi Bernarda estuviera aquí, con lo bien que hablaba. Tenga buen viaje y dé recuerdo a los muertos de parte del viejo Andrés. Muchacho te he dicho que me llenes el último vaso.

2 comentarios

tita -

Por gata que soy que un día de estos el cerezo florece y todo vuelve ande debería estar! Y los ratos serán todos buenos! Un besazo!

laculpaesdelotro -

plasplasplas (por cierto, no sería mejor que el texto hubiese sido completamente oral?)