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Luz

Luz A Luz le gustaba que Miguel soplara entre los escondites de su oreja. El hormigueo que crecía desde la barriga despertaba al coral que dormitaba por debajo del ombligo. El alba entraba en el cuarto, poco a poco, temerosa de romper un momento que pretendía ser eterno. Una mirada se perdía sobre la cordillera de papel, donde una pluma se resbalaba desde el cuello hasta la vertical. Miguel besó cada centímetro de aquella espalda, amando las imperfecciones que aquella madrugada la hacían tan perfecta. El sueño les llegó cuando no eran más que uno, y así, enmarañados, se perdieron en la tierra de arena.

Una parte de Marino se dejó morir cuando el teléfono le envenenó. Las palabras habían perdido significado y la sangre se volvió punzante. Era una llamada desde el hospital provincial, el ford scort a su nombre había sufrido un accidente en la nacional cuatro, las dos mujeres que iban en el vehículo estaban ingresadas de gravedad. Sus dos mujeres.

María y Marino se conocieron en una manifestación en la Avenida de los Cipreses. Marino la vio con una falda blanca que volaba sobre sus rodillas, y, como un Don Juan en prácticas, se mesó la barba antes de hablarla. María pensó que aquel grandullón tenía gracia, y en la primera cena supo que él era el hombre de su vida.

Miguel despertó a Luz con un suave beso y un desayuno. Sólo una paloma supo que mientras Miguel se duchaba Luz lloraba por primera vez desde el accidente. En esta ocasión era de alegría.

Marino corrió dejando atrás su aliento triste, rezando a un dios que tenía olvidado, perdiéndose, confuso, en pasillos de bata y gelocatil. Un doctor con cara de vaquero le cogió del brazo y susurró lo que las palabras no tienen valor de decir. Aquel grandullón lloró en el hombro de John Wayne. María voló. Pero antes de partir salvó a su pequeña, una de esas cosas que hacen las madres asombrando a la naturaleza, aunque no pudo evitar que las piernas de la niña se adormilasen para siempre.

Abrió los ojos por primera vez una tarde de julio y aquel brillo lleno de futuro se acurrucó en el pecho de María. Marino se vistió de Serrat y, volando, una canción le trajo a Lucía, su Luz. María besó a su esposo y la pequeña agarró la gran barba buscando el calor que sólo un padre puede dar. Aquella tarde el sol brillaba con fe de padrino.

Luz cogió con fuerza la mano de Miguel buscando su calor. El médico sonrió y le confirmó el embarazo. Se miraron y un beso de verdad cayó de los labios de Miguel. Luz llamó a su padre y Marino puso una vela en el viento pensando en María. Miguel bailó con Luz en los pasillos que habían estado de luto y aparcó la silla. A Luz le cayó un rayo de luna por la mejilla, era feliz.

La esperanza recogió su abrigo y le guiñó un ojo a la muerte.
- Lo siento querida pero hoy he tenido una buena mano.

2 comentarios

silvia -

jope...yo tb kiero escribir asi de bien....ju!!ajjajaj!! eres un artista pajaritoooo!!

Airun -

Rubiooo!!!! Nada q m ha encantado tu relato, no se cm lo haces pero consigues describir el dolor de una situación horrible sin q parezca dolor. Una combinación d historias muy conseguida.
Un besoteee muy gordooo!!!!
PD: Sí, he vuelto viva dl viaje...jejeje