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Fábulas y leyendas de un hombre de Humanidad: Capítulo 1

Fábulas y leyendas de un hombre de Humanidad: Capítulo 1 Aquella mañana se puso el sombrero italiano y se ajustó el cinturón. La ciudad sonaba lejana aunque apenas recortaba dos escalones hasta el portal.  Don Pablo sonrió, se enfundó la gabardina y calzó su bastón. Todo preparado para el paseo por el parque de los Jesuitas, su pequeña odisea con un pícaro  envite a la vida.
Supongo que haría algo así. Quizá soy yo quien le obliga a repetirse mañana tras mañana en mi hoja vacía, como un ritual para mi propia consciencia, o para calmar esa lógica que a veces me pesa demasiado. Quizá porque no tengo ni idea, realmente, qué hacía por las mañanas y prefiero imaginarlo así, vistiéndose de dandy y partiendo hacía nuestro banco, banco en el que horas después dos enamorados se mentirían amor eterno, sin olvidar que todas las mentiras esconden su secreta verdad.
El día que conocí a Don Pablo hacía soledad. La tarde había entrado en una madurez calurosa y la chaqueta había abandonado mis hombros huyendo hacia zonas más tropicales. Mi cuerpo empapado de inercia, seguía a la sombra que proyectaba una mota de polvo de un lado a otro del paseo, dejando atrás segundos que de acuerdo con mi mente debían de pasar absolutamente en blanco. Me senté porque el banco parecía disimular bien su suciedad y eso le otorgaba cierto carácter, tan simple como eso. Dejé que un par de segundos merecieran la pena y los ojos cerrados permitieron que fuese un orgasmo de calma, ni siquiera tuve que fingir. Entre mis rodillas dormitaba mi cartera, en ella, se jugaban el ascenso a la luz una “Antología  poética” de aquella generación que no fue, “El último encuentro” del suicida húngaro Márai, un “Quijote” de literatura para masas que venía con el pan y Las fábulas y leyendas del mar de Cunqueiro. Fue éste último quien en una jugada memorable consiguió alcanzar mi mano alzándose así con la victoria moral, que al fin y al cabo es la que más vale.
Dice Cunqueiro sobre el mar de China que es rojizo hasta donde se pierde el horizonte, y que está dividido en siete pisos, cada uno habitado por una criatura fantástica. Por ejemplo, en el cuarto piso está el pez por antonomasia, sin duda alguna.
Su susurro se resbaló por encima de mi espalda:                                                        

 

- No es cierto eso, el pez por antonomasia es en verdad el pez por antonimia pero no se han puesto de acuerdo con él porque siempre se centra en llevar la contraria. Ya sabes como son algunos peces de tozudos. Y luego está el tema del idioma, que en Vigo no  pasa porque los peces hablan también castellano, pero es que en China, a ver quién les entiende. ¿Me puedo sentar con usted?

 

Apareció. Ahora pienso que quizá salió de un libro que no leí o quizá de todos los que esperaban ser leídos y perdieron su oportunidad. Se quitó la gabardina y se sentó junto a mí con la antigüedad de quien ha comprendido al tiempo.

2 comentarios

tita -

Quién sabe... igual no salió de un libro... puede que siempre estuviera allí pero tú no estuvieras preparado para verlo! En fin, ahora ya tienes compañero de viaje para el resto de salidas literarias!
Besos, guiri! A ver si nos das señales de vida...

Airun -

Bueenoooo, ya era hora d q nos deleitaras con uno d tus relatos, eh...en fin, más vale tarde q nunca, no?? A ver si escribes más a menudo q lo haces muy bien, y lo sabes.
Un petonet ros!!! adeuuu!!!