
El perder a alguien por miedo, perderlo de tal forma que inviernos después del último beso su anhelo siga siendo tan profundo, perderlo así, me acerca al abismo. No puedo reprocharla nada, no fue culpa suya. Cuando acabó la función las luces se encendieron pero de ella no quedaba nada. Se hizo mayor y yo seguía empeñado en jugar a Romeo y Julieta. La ausencia, un reproche y la nada. Fue como esa historia triste que cuenta la canción, como las silabas que se envuelven en los versos que escribía el otro poeta a la luz de una vela. Tan simple a veces y otras tan complicada. Ahora pienso en ti, y el cosquilleo fluye dulce en las sienes provocando cataratas de melancolía en la boca del estomago. Intento recordar y hacer el cuadro perfecto de nuestro primer encuentro, pero no consigo porque ya estabas ahí, primero amiga y luego simplemente tú. Sigues siendo parte de mí, aunque la parte que un día tuve alquilada en tu pecho pertenezca hoy a otro. Si hoy te tuviera, si fuese capaz de coger el teléfono y decirte con mi alma lo que mis dedos escupen descansaría en paz, pero seria injusto y tus ojos volverían a teñirse con las mil aguas de abril. Tengo que dejar de pensar en ti. Debo hacerlo por los dos. Debo comenzar mi farsa, mi mascarada de olvido, convertirme en un personaje que no soy pero que aspiro ser, un personaje que no recuerde el porqué te marchaste fumando por la puerta de atrás.
Comienza la función.
2 comentarios
anonimo -
pasaba por aquí -