Catalina y yo

No quiero que penséis que Cata es un monstruo, en todo caso una monstrua, por ser coherentes con la gramática y con el tema del género, que hoy día es un tema peliagudo que no termino yo de comprender, que toda la vida yo me he bañado en el mar de Cantalejo, pero ahora la señora farmacéutica dice que ya no es el mar, que ahora es la mar, que suena más poético, pero que al fin y al cabo sigue siendo lo que hay cuando se acaba la playa, aunque no estoy muy seguro porque, como dice la Cata, yo soy un poco becerro.
Pues eso que la Cata salió a comprar la pesca y allí estaba yo sentado en el sofá mirando la puerta. Aquella situación me recordó a una película que vi en el cine Bámbola, la historia de un detective un poquillo desgarvao, que esperaba a la muerte en el sofá de su piso mientras se fumaba los cigarros que le había robado al jardinero que se acostaba con el marido de su amante. A la Cata no le gustó la película porque no tenía amor, pero la cata no tiene mucha idea de cine porque nunca ha salido de Cantalejo. Ese día me esposó a la cama y se emvolvió en una gabardina vieja. No os cuento lo que me hizo con la cubertería nueva, la que había pedido a la teletienda cuando se enganchó a la telecompra, que todavía me tiemblan las piernas cuando pienso en la espumadera, pero como me decía la culpa había sido mía por haberla llevado a ver una película de detectives y acción, con lo influenciable que se vuelve cuando tiene la regla.
La Cata tuvo mucha suerte conmigo y aunque ella lo niegue fue ella la que se me arrimaba y me decía cochinadas, que en parte eso fue lo que más me gustó de ella, que a mí lo de la mente sucia no se me da nada mal. Yo era un magnífico bailarín, el señor del cha cha cha, de lo mejorcito de los quintos de mi generación. Era en las fiestas cuando de verdad nos acercábamos, nos gustaban los bailes arrejuntaos, donde nos sentíamos bien lo que había que sentir. De todas formas a la Cata había que vigilarla, porque en cuanto me despistaba ya tenía al del garaje encima la muy arpía, y ella que se dejaba para darme celos, y yo embrutecido como una cebolla montaba en colera, que se que la gustaba verme así, que siempre fue muy mala la Cata para estas cosas. Y allí estaba yo años después maldiciendo el día que bailé con la Cata y esperando que regresara a casa para decirle aquello, ya se la podía haber llevado el del garaje, que menudo peso de encima me iba a quitar yo, o de abajo según esté de humor la Cata. Pero asín es la vida, unas veces se gana y otras muchas se pierde. Y fue ahí cuando se abrió la puerta y mi voz sonó rota desde el fondo del sofá:
- Cata, querida, se me han olvidado los tomates.
2 comentarios
Laculpaesdelotro -
PD: Siempre pongo 5 en esta protección antispam.
tita -
Besos!