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San Barragano, origenes y encuentro con el santo

San Barragano, origenes y encuentro con el santo Con el beneplácito de vuesas mercedes, me concedo la primicia ante sus mentes inquietas de las nuevas que a mi extraña vida procediesen. Pues pardiez, que no soy un alcahueto ni un caballero zafio, y que mis palabras contienen suficiente valor y certeza para hacer levantar de su sueño al mismísimo rey de Constantinopla. Mi nombre es Juan de Toro, nacido de nadie en tierras de vino y pan duro, y criado entre los acomodos malintencionados de mancebas y sacristanes. Mi infancia no es merecer de muchas cuestiones pues dedicome al hurto artesanal y a las artes de la universidad de la platea, donde entre función y menesteres conseguía reales de bolsillos descuidados. Amen, que soy cristiano viejo, y que mi sangre es casi tan pura como mi alma, aunque las lenguas que Satanás ha dado a los hideputas de palabra fácil digan lo contrario. Tengan ustedes la seguranza de mi buena fe, y que no es historia sutil la que mis labios trabajan.
Contaba yo un verano más que catorce y mis manos y pies cruzaban el reino de una costa a otra. Buscaba refugio y honrado trabajo en mercados, tabernas, casas de alguaciles e iglesias.
A la altura de Tomelloso, donde el gran caballero cristiano mató a mas de mil infieles, encontré cobijo y calor en la casa de un Tabernero, que por lo que contaba la dueña de aquel lugar mañero (1) desde que un rocín le pateara en los innombrables. Aquesta cuestión dejó al bravo contendiente tocado y arrastrándose se deshizo hacia su alcoba dejando a la dueña platicando conmigo junto a la hoguera. Un flaco lebrel se acurrucaba cerca del fuego y cuando la mano de la pollina rastreo por debajo de mi calzona supe que aquella fazaña me pasaría una fonsadera (2) digna de un rey. Como mancebo honesto que soy y ante todo caballero digno de historias y alabanzas, acepté de muy buen grado la propuesta de la parienta, pues quien soy yo para negarme a las intenciones de una dama, y más cuando la dama con tanto ardor pretendía yantar en la entrepierna mía. No era joven pero era fogosa, y retuvo buenas habilidades de tiempos donde aquellas carnes eran un poco más tiernas.
Y ocurrió. Aquella noche fue cuando entre sueños vi la luz. San Roque, sereno e imponente apareció ante mí entre coros divinos de querubines inquietos y trompetas celestiales. Me encomendó con grave palabra una misión, ser el profeta de las mujeres desvalidas, proveer de carne a las hembras del redil que de ella carecen, ser San Barragano Apóstol, procurador de placer divino, salvador de almas e Infanzón de los montes de Venus. Amen.

1 Mañero- Esteril
2 Fonsadera – Tributo

2 comentarios

tita -

¿Crees que si le digo al Sol que me deje leer tus relatos hasta la vejez de Peter Pan me dará el gusto? Muy bueno, niño. Un besazo!

laculpaesdelotro -

Por San Mercurio, patrón de las manos rápidas y Santa Clara, la señora de los grandes huevos, reçio relato que nos trae este mancebo de mano descreída, maña mística y magna captación de las oportunidades. Enhorabuena, menudo monstruo.