My idyllic Sundays afternoon

Pensé en llamar a algún amigo, pero sólo eran las doce y media y ninguno de mis tribales compañeros habría dado todavía el buenos días a Lorenzo. Baldosa a baldosa mi regreso al hogar se hizo interminable y cuando me situé frente a la puerta verde que separa al mundo británico de mi pequeña y feliz colonia española una ingenua sonrisa se intentó levantar sobre mi rostro. El agua de la ducha se llevaba poco a poco el barro que me cubría por dentro y por fuera de la piel, y levanté la cara y me vi reflejado en el espejo. Qué sonrisa tan rara.
En mi cuarto estaba todavía sin abrir el paquete que había recibido de España el día anterior. No es que no lo quisiese abrir, sino que temía mi propia reacción al enfrentarme a recuerdos de mi verdadero hogar. Con la punta de un bolígrafo fui rompiendo suavemente el celo que guardaba mi tesoro. Sentí lo mismo que sintió Lord Carnavon segundos antes de descubrir la tumba de Tutankamon: ese cosquilleo fugaz por cada una de las sombras del propio cuerpo. Y allí estaba mi llave para ser feliz, tan fácil y tan distinta a la de cualquier otro, tan inconfesable y tan ausente durante mis primeras semanas.
Cuando sonaron las primeras voces del Kyrie de la Misa del Papa Marcelo de Palestrina, cerré los ojos y abrí mi alma. Mi primer ingrediente. Y en mis manos Muñoz Molina me susurraba el secreto de Beatus Ille. Segundo ingrediente. Y como colofón final, un bocata de jamón serrano me esperaba en un plato que yo creí en aquel instante de porcelana fina. Tercer ingrediente de mi sencilla, feliz tarde de domingo.
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mama atipica -